Ante la urgencia de una migración a fuentes de cero emisiones, el mundo mira con interés al país, que tiene 70 años de experiencia en el rubro y hace punta con el reactor CAREM. La mirada del nuevo gobierno.

La energía nuclear renació hace pocos años de la mano de las urgencias de la transición energética, que busca generar una oferta de menor emisión de gases de efecto invernadero, característica que los reactores cumplen a la perfección. En esa nueva oportunidad que el mundo le entrega a la generación nucleoeléctrica, la Argentina se encuentra en un lugar de privilegio, con más de 70 años de experiencia de desarrollos en el rubro y una amplia cadena de valor de proveedores.

En ese contexto, la nueva gestión de gobierno ratificó la visión de que se trata de un segmento con peso significativo en la estructura de la transición energética, y reafirmó la voluntad del país de apoyar el desarrollo de esta fuente de energía para usos pacíficos.

A través de la Secretaría de Energía, el planteo en ese sentido es entender a la fuente nuclear como una energía verde, como alternativa de energía firme y sustentable para el mediano y largo plazo, motivo por el cual es necesario apoyar su desarrollo tecnológico. 

Luego de varios años de pensar en los grandes reactores, que pueden demorar hasta una década desde su diseño, construcción y entrada en operación al costo de varios miles de millones de dólares, el énfasis especial será dado a la conclusión y puesta en marcha del CAREM (sigla de Central Argentina de Elementos Modulares).

Esta decisión estratégica permite optar por una tecnología de reactores nucleares modulares (SMR) que la Argentina ya tiene en marcha y es hacia la cual convergen la mayoría de los países, sea en versión LWR o Generación IV. 

La matriz energética nacional demuestra que la energía nuclear es importante para el sistema al ofrecer una generación de base, con cero emisiones y fuente de desarrollo de capacidades científicas y tecnológicas de exportación.

Pero en las actuales circunstancias económicas del país, y las condiciones de financiamiento global, la real necesidad de incorporar grandes unidades de potencia de energía nuclear tiene que ser evaluada dentro del contexto de diversidad de la matriz a mediano y largo plazo, atendiendo la sustentabilidad económica y ambiental de los recursos.

El proyecto CAREM, crucial para la energía nuclear argentina

En ese estado de situación, el proyecto Carem, que tiene un 70% de avance de obra en el mismo predio donde se emplazan las centrales nucleares Atucha I y Atucha II, en el partido bonaerense de Zárate, mantiene el interés del actual gobierno por finalizar su desarrollo para contar en pocos años con el primer prototipo en operación.

Ese interés no descarta la búsqueda de un socio estratégico que permita asegurar el financiamiento faltante -hasta hoy se trata de un proyecto íntegramente financiado por el Tesoro Nacional-, y que genere el modelo de negocio adecuado para competir en el mundo con proyectos similares en marcha, en una carrera tecnológica por el dominio inicial del mercado de pequeños reactores de amplia versatilidad.

Carem Energía Nuclear
Aseguran que si el Carem fuera económicamente viable, «no sería necesario importar un reactor ‘llave en mano’ y se podría «generar una industria exportadora en torno a él».

El nicho para ubicar este tipo de generadores escalables lo conforman desde poblaciones aisladas a las que es difícil y costoso llegar con tendido de redes y complejos industriales energéticamente autónomos, hasta países que pretenden incursionar en el mercado nuclear a partir de su uso como complemento ideal de las fuentes de energía preexistentes.

Hidrógeno rosa

Pero la escala de este tipo de SMR también es reconocida para la generación de hidrógeno rosa, tal el color con que se identifica al producido que se obtiene a partir de energía nuclear, y cuya huella de carbono asociada puede ser aún menor que la del hidrógeno verde, obtenido de fuentes renovables.

Así, el reactor Carem está en al frente de la línea de largada para disputar un nicho de mercado muy apetecido, al ser el país el único que tiene una obra real y que se puede ver, como es la del prototipo de 32 Mw que está construyendo la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), con un grado de avance muy significativo y un desarrollo de ingeniería propio, lo que otorga doble valor estratégico. 

En la industria se explica que el renovado interés por este tipo de reactores permite reinventar la energía nuclear en términos de su modelo económico.

La fabricación modular es más sencilla y reduce sensiblemente los costos, ya que no se necesita hacerlo in situ y también transforma la ecuación económica respecto de cómo se instala y cómo financia su construcción.

Tal es asi que la propuesta es una inversión inicial para el desarrollo de un primer módulo, que a partir de su producción de electricidad financiará un segundo módulo, generando un círculo virtuoso de la magnitud requerida por la capacidad total de planta. Y todo, con cero emisiones al ambiente.

La idea es que a partir de este prototipo se pueda avanzar en los detalles para mejorar y cambiar su diseño y desarrollo, para entender otro tipo de situaciones que permitan brindar posibilidades desde el punto de vista tecnológico y tener un Carem comercial de 100 a 120 Mw, que sea un producto exportable. 

La obra civil del módulo que se construye en Lima comenzó el 8 de febrero de 2014, momento desde el cual el Carem se ha constituido como el primer SMR del mundo en estar oficialmente en construcción, aunque hay más de 70 proyectos en carpeta a nivel internacional.

Los vaivenes financieros y políticos impidieron avanzar a mejor ritmo con las obras, pero ante la nueva oportunidad que se le presenta a nivel global, el país podría contar con una gran ventaja competitiva en este tipo de fuentes energéticas que se piensan como el futuro, atendiendo a las necesidades del cambio climático con un riguroso estándar de seguridad.

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