El panorama energético de los Estados Unidos luce muy diferente a lo que era durante el primer mandato de Donald Trump, quien hoy asume su segundo período presidencial con expectativas de lo que hará puertas adentro y sobre todo su impacto en el resto del mundo, en particular en el mercado petrolero y varios de sus grandes actores como Rusia, Irán o Venezuela.

La consigna que acompañó buena parte de su campaña reseñada en la frase “drill, baby, drill” que daría mejor margen de acción a la industria de Oil & Gas es mucho más que una definición de política energética si se la complementa con la aseveración del Trump candidato de que “es la energía la que va a hacer bajar los precios”.

Con esto el nuevo presidente decidió poner a la industria petrolera como pieza central de su misión económica: atacar el alza del costo de vida.

Desde que Trump ganó las recientes elecciones, las especulaciones sobre eventuales medidas se multiplicaron en el marco de una declaración de emergencia energética nacional, que no está claro si será retórica o efectiva.

Las posibles medidas de alto impacto incluyen retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París, reducir el veto sobre las tierras públicas para aumentar la perforación, implementar recortes a las regulaciones climáticas y energéticas del saliente Joe Biden, incluidas varias normas ambientales sobre vehículos y plantas de energía.

La promesa no tuvo medias tintas y el entonces candidato comprometió desde el primer día, aprobar nuevas perforaciones, nuevos oleoductos, nuevas refinerías, nuevas plantas de energía, nuevos reactores y reduciremos drásticamente la burocracia.

La industria ha hecho peticiones más específicas a la administración entrante a través del influyente Instituto Americano del Petróleo, que días atrás lanzó una “hoja de ruta” energética para el equipo de Trump y la Cámara de Representantes y el Senado, controlados por los republicanos, con medidas a abordar desde el primer día y a lo largo de sus cuatro años de mandato.

Mientras la industria petrolera espera por la promesa de maximizar la producción de petróleo y gas natural de Estados Unidos -que ya viene de niveles récord de la administración demócrata- para lograr la reducción de los costos de energía para los consumidores, el sector de las energías verdes se prepara para posible escenarios complejos con la reducción de incentivos fiscales.

Las renovables también enfrentan otro dolor de cabeza que la energía limpia no tuvo que afrontar durante la última administración Trump: las altas tasas de interés.

Los proyectos de energía eólica, solar y otras fuentes son muy sensibles al capital, y las tasas del mercado subieron fuerte desde la elección de Trump, por diversas razones, y es necesario corroborar que pueda desactivarlas.

Pero algunas dudas sobre las especulaciones previas se tejen sobre qué tan profundo podrá ser el viraje en la realidad.

En primera instancia, se analiza qué tanta mayor inversión estarán dispuestas las petroleras a realizar para acelerar sus planes de producción en lugar de maximizar sus ganancias, y en segundo lugar qué tanto desalentará la nueva administración la industria renovable responsable en la última década de enorme generación de riqueza y empleo, incluso en muchos estados rojos.

Otro dato no menor ajeno a los Estados Unidos es que el mundo está pasando por una revisión de la realidad que se impone sobre las premisas de net zero y la seguridad energética.

Para muchos, los escenarios de cero emisiones netas de carbono son imposibles de lograr a pesar de renovados esfuerzos, y la seguridad de los suministros energéticos es clave para resolver los desafíos de sostenibilidad y asequibilidad de los países.

El impacto en la Argentina de la asunción de Trump y el límite global a sus políticas

Así como la nueva gestión habló de estimular la demanda de combustibles fósiles mediante la reducción de regulaciones sobre los vehículos, también prometió retomar los permisos para las terminales de exportación masiva de gas natural licuado, que el Departamento de Energía de Biden suspendió en 2024.

Las exportaciones de GNL pueden mover el amperímetro de ese mercado incrementando sus envíos a Europa, así como a los mercados emergentes de Asia y Sudamérica.

Ese escenario que podría significar una baja de precios internacionales por la mayor oferta, tendría impacto seguro en los planes de producción de GNL que tiene la industria petrolera en la Argentina y podría, incluso, llevar a afinar la punta de los proyectos ya anunciados como los que encabezan los consorcios de Pan American Energy con la noruega Golar, y la estatal YPF.

Horacio Marín, YPF, Argentina GNL, Vaca Muerta Sur
El GNL es uno de los mercados clave que pueden ser afectados por las políticas de la gestión Trump.

Sin embargo, la industria del GNL de los Estados Unidos está instando a la administración de Trump a no apresurarse a aprobar de inmediato nuevas terminales, tomándose su tiempo para asegurarse de que cualquier nuevo permiso pueda sostenerse en los tribunales, además de elevar el riesgo de que exportaciones sin restricciones podrían elevar los precios internos.

Otra preocupación de los petroleros es la agenda de Trump referida a la aplicación de aranceles masivos para defender la economía y el empleo estadounidense. Es que la industria depende del libre flujo de materias primas y los aranceles podrían elevar los precios de producción y en consecuencia en los surtidores.

Rusia, Irán y Venezuela, en la agenda política y energética de Donald Trump

Internacionalmente el segmento petrolero tiene otra gran incertidumbre sobre el rumbo que tomará el mercado con las primeras medidas de Trump en la Casa Blanca, sobre todo teniendo en cuenta el peso de los socios de la OPEP+ que ya demostraron su poder de fuego con recortes de producción para mantener los precios entre los confortables 70 y 80 dólares por barril, y todo indica que esa política la sostendrán este 2025.

Pero de regreso a lo que se decida en la Casa Blanca, se especula que la nueva gestión pueda tomar medidas determinantes sobre tres grandes productores de petróleo a nivel global, es decir Rusia, Irán y Venezuela, tres focos de tensión que el nuevo mandatario querría resolver temprano.

El primero de los casos está vinculado al deseo público de Trump de poner rápidamente fin a la guerra en Ucrania, para lo cual la persuasión hacia el gobierno ruso tiene dos grandes vertientes. La más amable es seducir a Moscú con un fin de las restricciones a las exportaciones de gas y petróleo rusos hacia Europa y los mercados que cortaron ese fluir comercial, u otra menos amable la de intensificar las presiones para conducir a un acuerdo de paz.

Los otros dos escenarios llevarían a recrear las tensiones que la administración Trump ejerció en su primer mandato sobre Irán y Venezuela, dos grandes productores de petróleo que por entonces vieron reducir su potencial exportador a través de las sanciones comerciales directas e indirectas que alimentarían el objetivo de hacer que Estados Unidos no sólo sea “independiente en materia de energía”, sino que sea “dominante en materia de energía”.

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