Aunque aún tiene un rol marginal en la matriz eléctrica nacional, la biomasa avanza con proyectos estratégicos, generación constante y una fuerte integración con economías regionales. Su aporte firme, térmico y ambiental la posiciona como una pieza clave en el rompecabezas energético del país.

En el proceso de diversificación de su matriz energética, Argentina empieza a mirar con más atención a una fuente que no suele acaparar titulares como la solar o la eólica, pero que ofrece ventajas diferenciales clave para la transición: la biomasa seca.

Su participación en la generación eléctrica renovable ronda apenas el 4 %, pero su potencial estratégico va mucho más allá de las cifras. Su capacidad de generar energía firme y almacenable la convierte en una pieza central para respaldar fuentes intermitentes, aportar soluciones térmicas a procesos industriales y transformar residuos en recursos útiles.

Desde la Ley 27.191, las renovables pasaron de representar menos del 3 % en 2018 a proyectarse cerca del 20 % en 2025. Este crecimiento fue liderado por la eólica (70 %) y la solar (20 %). En comparación, la biomasa y el biogás —que juntas aportan un 6 %— tienen un impacto más amplio: permiten descarbonizar sectores industriales, promueven la economía circular y fomentan el desarrollo regional.

“La biomasa es una fuente de energía invisibilizada, pero más tangible y gestionable que otras renovables. No solo se usa desde siempre para calefacción, sino que hoy también puede generar electricidad y reemplazar combustibles fósiles en la industria”, afirma Martín Rearte, especialista en bioenergía del INTI.

Qué lugar ocupa hoy la biomasa

Argentina cuenta con 17 plantas activas de biomasa seca, principalmente en Misiones y Corrientes, y el potencial de Entre Ríos. Juntas suman unos 250 megavatios de potencia instalada: cerca de 121 MW se comercializan en el mercado mayorista a través de CAMMESA, y el resto se destina al autoconsumo industrial, generando calor o electricidad para procesos productivos.

La biomasa es una fuente de energía invisibilizada, pero más tangible y gestionable que otras renovables. No solo se usa desde siempre para calefacción, sino que hoy también puede generar electricidad y reemplazar combustibles fósiles en la industria

También hay 35 plantas de biogás en regiones como Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe y San Luis. En muchos casos, funcionan como parte de esquemas integrales, tratando efluentes pecuarios, vinazas de etanol o residuos agroindustriales, y generando energía mediante cogeneración. Este modelo mejora la eficiencia energética y cierra ciclos productivos con menor impacto ambiental.

“Cuando hablamos de bioenergía, no es solo electricidad: el aporte térmico es fundamental en un país como el nuestro. Es una energía de base, previsible y con impacto territorial”, subraya Rearte.

Forestal: un caso de éxito con margen para crecer

Uno de los segmentos donde la biomasa logró consolidarse como opción energética renovable es el forestal. Gracias al programa RenovAr y a contratos firmados con CAMMESA, hoy existen 17 centrales que generan electricidad a partir de incinerar residuos de la industria maderera.

Misiones lidera el ranking, con diez proyectos en operación comercial, seguida por Corrientes y Entre Ríos.

biomasa
Se queman restos de la industria forestal y con eso se genera energía eléctrica.

“La biomasa es una oportunidad concreta para transformar residuos forestales en energía renovable, limpia y estable”, explica Claudia Peirano, directora ejecutiva de la Asociación Forestal Argentina (AFoA). Además de reducir emisiones y aprovechar recursos que antes se quemaban a cielo abierto o se acumulaban en el monte, estas plantas crean empleo rural, generan valor agregado y disminuyen el riesgo de incendios.

Según AFoA, el sector forestal podría llegar a generar hasta 400 MW en zonas donde ya existe disponibilidad de recurso y capacidad de procesamiento. Para eso, explican, sería necesario implementar incentivos a la inversión, financiamiento para infraestructura de evacuación eléctrica y una política energética que reconozca el aporte ambiental, económico y social de este tipo de proyectos.

“No compite con la producción de alimentos ni con ecosistemas naturales; es parte de un modelo de economía circular”, señala Peirano.

El mapa actual muestra un sector activo. El proyecto Tecnored, adjudicado en RenMDI 2, aportará 9,2 MW y está en construcción en Córdoba. Misiones y Corrientes suman entre 15 y 30 MW más, y Córdoba impulsa proyectos híbridos desde 400 kW hasta 7 MW.

En el sector frigorífico, empresas como Gorina (Buenos Aires), Fidensa y Frigorífico Pampa (Tucumán) avanzan con sistemas de biogás. ABSA implementa biodigestores en su planta de Cañuelas, y Bioeléctrica desarrolla dos proyectos RenMDI de 6,8 y 6,5 MW.

 “La biomasa no es una sola cosa: puede venir del bagazo de caña, de la poda urbana o de criaderos de cerdos. Para planificar bien, necesitamos conocer ese recurso, certificar su calidad y fomentar su uso donde está disponible”, plantea Rearte.

Biogás: el potencial del campo

Otra de las líneas en expansión es el biogás, que permite transformar residuos orgánicos húmedos —como estiércol de vacas o cerdos, efluentes industriales o restos de alimentos— en energía eléctrica y térmica.

El proceso se realiza en biodigestores anaeróbicos, que capturan el gas metano generado durante la descomposición de la materia orgánica y lo utilizan como combustible.

Este proceso, conocido como digestión anaerobia, aprovecha la materia orgánica del estiércol para generar biogás, principalmente metano y dióxido de carbono, que puede utilizarse para calefacción, generación de electricidad y otras aplicaciones energéticas.

Además de la producción de biogás, este proceso genera un subproducto llamado digestato, que puede ser utilizado como fertilizante orgánico, cerrando así el ciclo de nutrientes en la granja.

biogas san luis
San Luis inauguró recientemente una planta de generación de biogás.

En Argentina hay al menos una decena de plantas de biogás de gran escala que inyectan electricidad a la red, muchas de ellas ubicadas en zonas con fuerte producción ganadera. Algunas industrias también lo aprovechan para autoconsumo térmico.

Se estima que solo en el sector porcino, por ejemplo, existe un potencial energético equivalente a 1200 GWh anuales.

El INTA impulsa desde hace años el uso de biodigestores rurales, y trabaja con cooperativas, municipios y productores para difundir estas tecnologías. “Una planta de biomasa genera empleo local en cada eslabón, desde la producción del recurso hasta la generación. Es una energía de base, previsible y con impacto territorial”, remarca Rearte.

Las empresas del sector buscan nuevas inversiones

“Las inversiones en biomasa y biogás, como en todo el sector renovable, necesitan certezas. Lo que pedimos es previsibilidad, ni más ni menos: un marco legislativo y regulatorio claro, con baja burocracia, que dé garantías para estructurar contratos en el mediano y largo plazo”, señaló Julio Menéndez, coordinador de Bioenergías de la Cámara Argentina de Energía Renovable (CADER).

Según explicó, sería muy positivo contar con un régimen de incentivos específico, similar al RIGI, pero adaptado a la escala y características de este tipo de proyectos.

“No compite con la producción de alimentos ni con ecosistemas naturales; es parte de un modelo de economía circular”, señala Peirano.

“Se trata de inversiones intensivas en capital, que requieren condiciones adecuadas de financiamiento y la posibilidad de contar con off-takers previsibles, ya sean distribuidoras o grandes usuarios industriales. Nadie invierte si no tiene asegurado el repago, y esa garantía son los contratos. Es el huevo o la gallina. Sin contratos no hay financiamiento, y sin financiamiento no hay proyectos.”

Respecto a las características del sector, Menéndez explicó que la biomasa se divide en dos grandes grupos: seca y húmeda. “La biomasa seca es la que se orienta a tecnologías como la combustión, la pirólisis o la gasificación».

«Son los proyectos más grandes, que utilizan ciclos de vapor similares a los del sector oil & gas. La biomasa húmeda, en cambio, incluye los efluentes de criaderos de cerdos, por ejemplo, con bajo contenido de materia sólida. Ahí la tecnología más adecuada es la digestión anaeróbica, que da lugar a plantas de biogás o biometano”, explicó.

Además, destacó que la ubicación geográfica es un factor decisivo. “Mientras que en la eólica o la solar vos definís la ubicación por irradiación o vientos y luego resolvés el punto de conexión, en la biomasa y el biogás tenés que estar cerca de los residuos o efluentes.

Por eso, sería muy importante permitir mayor flexibilidad para relocalizar proyectos o facilitar la conexión a nodos donde la demanda coincida con la oferta disponible.”

Finalmente, dio una idea de las escalas de inversión que implica este sector: “Los pisos de inversión para un proyecto de biogás están en torno a los 2 o 3 millones de dólares, y los proyectos más grandes de biomasa pueden estar entre 20 y 30 millones. Es una escala que requiere reglas claras para poder despegar.”

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