Hay globalmente un consenso importante en que antes que termine la década -quizás para unos pocos algunos años después-, el petróleo -y el mega yacimiento de Vaca Muerta- tendrá su pico de demanda, y a partir de entonces comenzará su declino como principal fuente energética global.
Ese no será el fin de los hidrocarburos sino el inicio de un proceso de reducción de su aporte a la matriz global con un período de convivencia de varias décadas. Pero esa contribución que tenderá a la baja más temprano que tarde, como parte del proceso de transición hacia fuentes más limpias, demandará de los yacimientos de todas las latitudes mayor competitividad y eficiencia para atraer las inversiones, las que también irán en retracción.
Vaca Muerta es un recurso de clase mundial, ya es sabido, pero su potencial aún no está ni cerca de concretarse tanto en petróleo como en gas, y como tal es largo el recorrido para que su esperado desarrollo masivo pueda tener una incidencia mínima en el mercado internacional.
Ese rol sólo le podrá llegar en tanto resuelva alguna de las barreras de normativas, de recursos técnicos y humanos, y de infraestructura que se le presentan en medio de una complicada coyuntura local.
Hoy la Argentina produce unos 650.000 barriles de crudo diarios, ya más de la mitad proveniente de la formación no convencional; y unos 140 millones de metros cúbicos de gas, también apalancado por el shale de Vaca Muerta en torno al 45% del total de producción nacional.
Es decir, el país está prácticamente abastecido, a excepción de unas pocas semanas de pico de demanda invernal, por lo cual toda producción incremental que se viene sumando en los últimos tiempos tiene destino de exportación y un inestimable aporte a la normalización de la macroeconomía.
En un cambio institucional que puede resultar trascendental por el tono de las políticas para el sector energético, la formación neuquina enfrenta sus desafíos de corto plazo. En primer lugar, requiere que las empresas operadoras encuentren rápidamente el marco de negocios e incentivos adecuados en el nuevo gobierno para comprometer el nivel de inversiones necesarios para mantener e incrementar la producción.
El shale, por características propias y a diferencia del convencional, requiere un flujo de inversión constante para sostener la productividad, por eso 2024 deberá contar con al menos US$8.000 millones para equiparar lo hecho en este 2023, y pensar en llegar a los US$ 10.000 millones para mantener alta la curva de crecimiento de Vaca Muerta.
Logrado eso, la industria en su conjunto deberá afrontar los desafíos que impone el nuevo gobierno de hacerse cargo de las obras de infraestructura necesarias para el desarrollo. El upstream históricamente estuvo en manos de las empresas, pero la infraestructura de transporte o midstream viene de una fuerte presencia de la planificación y financiamiento del Estado que -se promete- ya no estará.
Las inversiones que se vienen en Vaca Muerta
Será el momento de las empresas de asumir ese compromiso de continuar la red de gasoductos, como las obras de reversión del troncal del Norte, pero también ampliar y trazar nuevos oleoductos que permitan multiplicar 2,5 veces las exportaciones en lo que resta de la década, tal como sostienen posible algunas estimaciones.
El shale, por características propias y a diferencia del convencional, requiere un flujo de inversión constante para sostener la productividad, por eso 2024 deberá contar con al menos US$8.000 millones para equiparar lo hecho en este 2023, y pensar en llegar a los US$ 10.000 millones para mantener alta la curva de crecimiento.
Esa mayor actividad, requerirá contar con equipos pesados y costosos como sets de perforación y de fractura, necesariamente importados y a precio dólar, por lo cual ahí si será determinante el rol que asumirá el Estado para habilitar las condiciones de mercado necesarias para que las petroleras tomen el riesgo.
La lista ya recitada de memoria por las compañías es levantar el control de importaciones, liberar el acceso al mercado de divisas, y poner fin de las retenciones a las exportaciones, entre las que el sector considera urgentes.
Ese corsé al crecimiento fue acompañado por un retraso significativo en los precios de la energía en el mercado local, proceso que se agudizó en los últimos meses de la campaña electoral cuando se implementó un barril criollo al menos US$ 20 dólares por debajo de lo que valía en el mundo y un virtual congelamiento de los precios en surtidor.
A partir de allí, también se plantean dos grandes cuestiones a resolver: la recomposición del precio del crudo en el mercado y la reversión de la tendencia descendente en las tarifas de energía eléctrica y gas natural para alcanzar una reducción significativa en el nivel de subsidios.
La “herencia recibida” también se juega en el sector energético que, aunque no menos compleja que en el resto de los sectores, tiene un dinamismo propio que de encontrar nuevas condiciones marco adecuadas permitirá retomar rápidamente la sucesión de niveles récord en todas sus variables, y a la vez contribuir con una balanza comercial ampliamente superavitaria que facilite el reordenamiento de la macro, creando un círculo virtuoso casi inédito en el país.